03 mayo 2007

viaje a los mundos de dios 3

El 7 de mayo de 1964, día de la Ascensión del Señor, cien años después del Syllabus, el Papa Pablo VI celebra en la Sixtina la Misa de los Artistas. Les dice en su homilía que es necesario restablecer la amistad entre la Iglesia y ellos, los artistas. También les pide perdón por haberles sometido a un estilo, a una tradición y a un canon, por haberles echado encima una pesada capa de plomo.


El terreno común que la Iglesia pudo compartir con el arte se hizo cada vez más amplio al ensancharse la igualación relativa de las espiritualidades. El dominio de lo relativo es, de suyo, cosa del mundo mundanizado, del hombre hominizado y del tiempo temporal. Son también las tres patas del banco del Arte, que ha ganado así su mayúscula espiritualísima. Así que el Papa Pablo VI dijo a los artistas aquel día en la Sixtina que la Iglesia los necesitaba. Dijo que era necesario restablecer “l’amicizia tras la Chiesa e gli artisti” con el fin de que en este tiempo, en este mundo y para este hombre se hiciera, gracias a ellos, “accesibile e comprensibile il mondo dello spirito”. Pero ocurre que “mundo” y “espíritu” ya habían establecido, para ese día, su paz y hacía dos siglos que batallaban bajo iguales banderas. Batallaban, huelga decirlo, contra la Iglesia y su otro Espíritu de “esclavitud”, su otro Infinito, su otro Absoluto, su... Otro, en fin, hasta que todos ellos fueran superados como superstición, opresión y —según la mente emancipada— anticuada mentira.

La cosa es: ¿por qué creía Su Santidad que se había roto aquella amistad de siglos entre la Iglesia y los artistas? ¿Qué era lo que la había sostenido hasta entonces? ¿Y quién creía él que, ahora, la había roto? Es al pensarlo cuando nos vemos, en cualquier recuerdo reciente, entrando a una iglesia cualquiera donde han fraguado la soledad y el vacío o, peor, el confort mediano con el hierro y el hormigón. Nos vemos entonces ante unas figuras forjadas con ángulos erizados, en el vilo del aire, que quieren ser las formas nuevas, inspiradas por el nuevo tiempo en uno de estos templos sin figuras, sin rostros, sin letra ni espíritu encarnados en la forma. Precisamente, esa forma es la que decía Von Balthasar en su Gloria que está en el mundo a cargo de los cristianos. Los cristianos cargan con la responsabilidad de la forma porque no debiera haber para ellos espíritu sin carne ni carne sin espíritu. No puede extrañar que San Ireneo encontrara el denominador común de toda herejía en negar que la Palabra se hizo Carne un día. Y es muy importante saber que un cristiano o un artista cristiano —hombre en éxodo de sí— tampoco debiera albergar pretensión alguna de darse forma a sí mismo (como el espíritu liberado pretende hacer, plásticamente, con la naturaleza humana), sino abrigar la forma creada en la sede vacante de su corazón. Esa entrega consiste en poner su vacío —que es todo su espíritu— a disposición de esa forma y el esplendor de su hermosura. También en ponerlo a disposición de la Ley, desde la que únicamente él sabe que puede ganar, donado y gratuito, el regalo de la Gracia, inalcanzable sin embargo para la vía rápida de la religiosidad personal. Si hay mundo, hay arte y hay ley, hay carne y forma de carne. El arte de la revolución y la revolución del espíritu pretendieron el salto, por encima de estas dimensiones de la terrenalidad, al país de la Gracia. Un cristiano sabe que ese país sólo merece la pena si en él es salvada y redimida la ley de la carne y la forma.

Pero habíamos entrado, en el recuerdo, al nuevo templo cristiano. Aquí, en el refugio antiaéreo, en la capilla-salón de congresos, no hay forma encarnada sino las formas del arte fabricadas con “la sola visione intuitiva” del espíritu artístico libre, cuya amistad solicitaba el Santo Padre. Esa intuición libre es la prerrogativa del artista emancipado. Y ¿de qué se emancipó nuestro artista? Tuvo que ser de eso mismo en lo que Su Santidad veía la causa por la que “abbiamo turbato la nostra amicizia”. “Vi abbiamo —dijo el pontífice Montini— imposto come canone primo la imitazione”, y tras esa imposición —vino a decir luego— decretamos la de un estilo, y después la de una tradición, y la de un canon, hasta que —así terminó— “Vi abbiamo talvolta messo una cappa di piombo addosso, possiamo dirlo; perdonateci!” (Enrique Andrés Ruiz, Santa Lucía y los bueyes)

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3 Comments:

Blogger AFD said...

Sintomática también, en aquellos días, fue la preferencia por la cremación. Otro recelo ante la forma y la carne y ante la parábola de la semilla.

Me ha traído hoy el cartero "Trincheras" y "Fragmentos de Europa". El fin de semana los leeré cuidadosamente (ya he picado como pájaro un poema por aquí otro por allá). Estoy emocionado.

En la facultad de letras, una profesora me presumía con cierta inocencia que no entendí en aquellos días que ella había leído todo Gabriel García Márquez. Yo no supe qué decirle, porque además la clase era de Europeos del XIX, Goethe, VÍctor Hugo, Pushkin... (Y nunca podré decir que leído todo Goethe o todo Hugo!) Pensé para mis adentros, pues lo único que me he leído completo será Homero... Pero ahora entiendo que a mi profesora le daba cierta emoción poder leer a un autor que le gustaba conforme éste iba concibiendo su obra, leerlo en vida del autor y leerlo todo.

Ahora yo quiero decir, "me he leído a todo JMM". Excepto que mi "Europa" es del '86, ojalá algún día puedas decirme qué poemas me estoy perdiendo del '88 y del '90 (quizá incluirlos poco a poco en este blog). No es fácil conseguir esas ediciones, menos desde México.

Mientras tanto, saboreo juntar las Cuestiones Naturales 3, que nos diste a conocer de tu próximo libro, con las otras dos que cierran Trincheras.

Alfredo

03 mayo, 2007  
Anonymous Anónimo said...

Aparte de la brillantez del texto que, nuevamente, nos proporcionas, creo que el comentario más redondo está en tu reflexión de ayer.

03 mayo, 2007  
Anonymous Anónimo said...

Querido Alfredo, gracias por tus palabras. Si me das tu dirección, te haré llegar una "Europa" del 90. Envíamela como comentario. No la haré pública.

04 mayo, 2007  

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