28 junio 2007

pamplona 1


Mi querido Enrique Andrés me pide que incluya como entradas dos apuntes que aparecen en los comentarios de ayer a Una cosa rara:


Juan Manuel, ¿conoces mi poema También mueren caballos en combate? Cuando lo escribí, en el 82, nunca había visto caballos muy de cerca. Medio año después, la vida, en forma de servicio militar, me llevó a Pamplona, donde aprendí a limpiar mulos y cuadras, y donde vi por vez primera, y muy de cerca, cómo mueren los caballos. En Pamplona, también aprendí a montar, y allí, no en durmen sus un chivau, como Guillermo de Aquitania, porque mi destreza ecuestre y mi capacidad poética nunca han dado para tanto, pero sí bien despierto a lomos de uno de ellos, imaginé varios de los versos de ese San Luis que hoy me has recordado y que, a su vez, me ha hecho recordar esta pequeña historia. Pero es que, además, la cosa no termina ahí. La vida, al cabo de los años, me ha traído a la tierra de la última cabalgada del rey santo. Muy a menudo, paso junto a la colina de Byrsa, en Cartago, donde se cree que murió, y no puedo evitar que ese jinete de luz en la hora oscura me venga siempre a la memoria.

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7 Comments:

Blogger E. G-Máiquez said...

Bien por EAR, que te empujó para que saliera a la luz esta entrada, que habla de las curvas de un laberinto que es una línea recta.

28 junio, 2007  
Blogger Juan Manuel Macías said...

¡Qué hermoso lo que cuentas Julio! Desde luego, esos jinetes de luz seguirán cabalgando eternamente en tus versos.

Respecto a los caballos, recuerdo lo que decía Chesterton (aunque no sé dónde, ni si lo decía realmente Chesterton: al caso es lo mismo), que habría que mirar a los caballos con los ojos del primer hombre que vio un caballo salvaje y lo domesticó. Como divagar es gratis, a veces pienso que toda la Ilíada es una excusa (hermosa excusa) para llegar a ese hexámetro final: "Así se celebraron los funerales de Héctor, domador de caballos".

28 junio, 2007  
Anonymous Anónimo said...

Sí que lo decía Chesterton, en El hombre eterno, y mira qué bien, porque, al buscarlo, acabo de ver que lo presté y no me lo han devuelto. Creo que lo ponía como ejemplo de cómo la mirada se acostumbra a todo y deja de percibir lo maravilloso -y deja de ver- justamente el ejemplo de las estatuas ecuestres, en las que ya no apreciamos la grandeza y la originalidad de ese conjunto que forman un caballo -que ya es una figura fantástica en sí mismo- y un hombre sentado encima cabalgando.
Lo que dejan claro el poema que dedicas a Rocío en "Pampaluna 2", y esta preciosa entrada, es que tú no has perdido la mirada de asombro y la capacidad de extrañeza que demanda Chesterton. Esa capacidad de extrañarse (y a la vez entrañarse)de los poetas, que se me ocurre que tiene algo que ver con la entrada anterior y con eso de la excentricidad.

29 junio, 2007  
Anonymous Anónimo said...

A veces, Enrique, y por lo que veo en los distintos blogs, en la trastienda de los comentarios se esconden cosas más interesantes que las mismas entradas. Esos comentarios pueden ser del autor o de los lectores (aunque casi siempre de los lectores). En este caso, le agradezco a Enrique Andrés que me pidiera rescatar estos apuntes, tengan el valor que tengan.

29 junio, 2007  
Anonymous Anónimo said...

Lo siento, me ha salido farragoso por demás. No se puede escribir a esas horas (iba a decir "con legañas", pero aquí sois todos muy serios), y menos aún sin haberse tomado el café. No es: "creo que lo ponía", sino: "creo que ponía el ejemplo..."
Y me temo que ni aun así. Igual después del segundo café me animo de nuevo con lo de la extrañeza y la excentricidad.

29 junio, 2007  
Anonymous Anónimo said...

Tu comentario, Juan Manuel, es uno de esos a los que me refiero un poco más arriba, en la respuesta a Enrique. Y sí, ¡sería la excusa más memorable y la de mejores resultados de toda la historia de la literatura!

29 junio, 2007  
Anonymous Anónimo said...

De farragoso, nada, Cristina. Como siempre, aciertas al poner en relación asombro, extrañeza y excentricidad (esa excentricidad del alma, que no de las costumbres). Y, como me quieres bien, supones que conservo intacta esa capacidad de asombro. Puede que conserve algo de ella. Lo justo. Pero la extrañeza es mayor ahora (un poco excéntrica mi alma siempre lo fue).

P.S.:¡A ver si te devuelven el libro y me lo prestas, que es una de mis lagunas chestertonianas!

29 junio, 2007  

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